Llego a mi casa después de una sesión de ordenar el local, que está en el culo del mundo y que al principio tenía ese aspecto que tienen los restaurantes turcos después de que un señor haga estallar su cinturón de explosivos en medio de un banquete de bodas.
Me dirijo a la nevera, donde me aguarda una sabrosa napolitana de crema con almendras para merendar. Evidentemente, no está. Me dirijo a mi hermana.
– ¿Te has comido tú la última napolitana?
– Por supuesto- contesta ella.
Gruñendo y maldiciendo para mis adentros, cojo dinero y bajo al Superleon MásyMás que hay justo bajo mi casa. Entro, está vacío, cojo la napolitana y me dirijo a la caja, donde la cajera se mira con aburrimiento las uñas. Sobre la cinta transportadora hay miles de botes, botellas, frutas y otros productos, pero no hay nadie pagando. Hummm. Miro a la cajera, me mira y me dice, pasa.
Y en ese momento llega corriendo una señora desde el fondo del supermercado con su carro de la compra.
– ¡Eh, eh eh! ¡Que estaba yo primero! – dice, poniéndoseme delante.
– Pero, señora- digo, apelando a toda mi paciencia (que es mucha) y autocontrol- aquí no había nadie, y además solo llevo esto y el cambio justo.
– Sí, pero si empiezo a dejar pasar gente no acabaré nunca.
Miro a mi alrededor. Las únicas tres personas que hay en el súper somos ella, la cajera y yo. Se toma su tiempo. La reconozco, vive en mi finca, en otra escalera. Empieza a sacar más cosas del carrito. Se está haciendo tarde y yo tengo hambre. De vez en cuando me mira con una expresión que viene a decir “oye, no me mires así, no he hecho nada malo”.
Después de una eternidad, acaba, recoge su carrito y se va. Yo le doy la napolitana a la cajera, pago y salgo a la calle. A tres metros, la susodicha mujerzuela se encamina hacia la puerta de la finca. La adelanto con facilidad, abro la puerta y dejo pasar amablemente a un viejuno que salía. La espero con la puerta abierta hasta que casi llega, con una sonrisa bobalicona a punto de decir algo. Me adelanto.
– Lo siento señora, pero si empiezo a dejar pasar gente no llegaré nunca a mi casa.
Cierro la puerta delante de sus narices. Sigue con esa sonrisa estúpida, pero sus ojos han cambiado. Doy media vuelta.
Jódete. Jódete jódete jódete.